Para adentrarse en el Tercer Cielo la mirada tiene que ir limpia y la mente abierta. Rocío Márquez ha traspasado el umbral flamenco de la mano de Bronquio, y esto, se veía venir. Ella se ha ido aflojando el corsé durante los últimos años, y al final, se ha liberado de sus marcas y de sus pliegues. Una propuesta que cabalga entre el espectáculo y la perfomance ha sido la apuesta vanguardista de Cumbre Flamenca Murcia. No, no es flamenco, pero es esa cosa a la que va un flamenco sabiendo que no es flamenco. No sé si me explico.
El formato diseñado para espacios cerrados como un teatro es íntimo, se crean silencios y pasan cosas. No hay sillas, ni micros de pie, tiene una escenografía pulcra y limpia. Rocío Márquez y Bronquio diseñan el sonido: él lo dibuja y ella lo colorea. El único elemento no estático es Rocío, que dinamiza con su movimiento la base de este proyecto. Aprecié una carga excesiva sobre ella, cantar como canta Rocío desde las posturas más imposibles es difícil, su voz no pierde brillo ni calidad; esto no solo conlleva un duro trabajo previo sino que la atención sobre su cuerpo y su voz es constante, nunca dejas de seguirla con la mirada.
Las transiciones sonoras de Bronquio son invisibles, cuando vienes a darte cuenta, las tornas han cambiado de repente. Está ahí en su mundo, detrás de su mesa, a veces concentrado y otras veces loco, pero siempre en conexión con ella. Es un puzzle con tantas referencias e influencias, de mundos tan lejanos, que parece imposible que encajen. Bronquio hace magia anexando las formas ortodoxas del cante flamenco al esquema electrónico. Letras populares, letras cultas. Experimentación de ritmos y sonidos con herramientas actuales. Siendo parte de un viejo río con agua nuevas que dos veces no podrán cruzar. Ahí está el tío.

Como aficionada al flamenco, malgasté los primeros cortes buscando a la Rocío Márquez de hace 15 años, la de la lámpara minera, la que sonreía a todos, que siempre quedaba bien, la que sufría por desagradar. Hubo un momento en el que me di cuenta que tenía que dejar de buscar esa piel, como en sus seguiriyas. Como persona, me alegré de entrar en ese juego donde encontré a mi tocaya cómoda en un espacio nuevo, feliz poniendo su voz al servicio de Bronquio y valiente, defendiendo el cielo que han creado. Hay quien hubiese querido amarrar a Rocío a la silla de enea, y cualquier pretexto que lleve a justificar que ha traicionado al flamenco me parecerá egoísta. Ella ha desconectado el modo automático y se ha vuelto a parir a sí misma.
Escriban lo que escriban sobre Tercer Cielo, no se va a entender. Este es uno de los mensajes generales. Nada de lo que leas y te cuenten te van a crear una idea en tu cabeza, y me parece fantástico. Vivimos pegados a una pantalla, y aparece esto, que te obliga a desprenderte de lo virtual y a permitirte sentir. Quien compra la entrada, manda. Los artistas exponen, ofrecen, te ayudan, te trasmiten, pero lo demás corre de tu cuenta.
Te van a decir que Rocío Márquez canta al principio arrastrada por un atuendo que imita a su propia piel. Es así. La Márquez te da la bienvenida cual serpiente, deslizándose de un extremo al otro del escenario y todo el recital es un tránsito hacia su cambio y renovación de su cuero. Con sus atascos al rrrrrecoger tus huellas, su frente marcá con trozos de barro, su soledad al tenerte en su mente. Y vendiendo alfileres, tiempo molío con relojes y gloria a granel, te ofrece el pensamiento de la yema de sus dedos y finaliza el proceso con una nueva piel.
Es un trasiego envolvente, un trago profundo, un bocado delicado, una caricia sutil. Me dio que pensar.
Como remate os cuento que la serpiente se mordió la cola y evocó al maestro de los Alcores:
“Aquel que se va,
Va diciendo en el silencio,
Qué grande es la libertad”
Eso me recordó los ciclos de la naturaleza, finalizan y comienzan de nuevo.
Y el flamenco se forjó en uno de esos ciclos, siendo un espacio moral de tránsito libre.
¿Entonces aquí que pasa? ¿Qué canta Rocío Márquez? ¿Qué hace el Bronco ese?
Pues pasa que lejos de tocar tech(n)o, han creado su propio cielo.
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