Mi despertador no hacía el típico ruido molesto que hacen todos, no era el "afilaor" no, tampoco el tapizador de tresillos. El mío era único y especial. Cantaba por soleá o siguiriya, martinete o toná, e incluso me hacía el compás en la pared o en mi puerta. Tenía el corazón y el alma flamenca. Era mi padre.