Los vivos y los muertos: Cumbre Flamenca Murcia

Era ya tiempo de ir a un evento de cante, a un encuentro con amigos, a un paseo por la capital murciana. A respirar otras formas de mirar, a sentir antiguas y nuevas sensaciones. Era ya tiempo de volver a conectar con el flamenco.

Quiso ser Ezequiel Benítez por tientos arrastraos de su tierra, adormecidos sin calor pero expresivos, quiso serlo pero no fue. Al cantaor se le nota un guiri por esta tierra, con un repertorio en el que pasea a Cádiz por alegrías sin viveza pero a Sevilla por soleá con firmeza, templao y fuerte. Imagino que será la inseguridad, el Teatro Circo o este febrero tan hostil. Quizá seamos nosotros, un público que acude al teatro de su ciudad un viernes por la tarde como preámbulo para ir a cenar después; que no ha escuchado flamenco fuera de esta circunstancia.

Ezequiel remató su tiempo por malagueña con toque abandolao, fandangos y unas bulerías en honor a su tierra paseando por el escenario y marcándose su patá con gracia natural, algo que por aquí embelesa, pero no terminó de cuajar ni de sentirse cómodo; aunque se mostró como es, cercano y risueño, y su escudero Paco León arrancó aplausos espontáneos, ambos marcharon con cierto sabor agridulce. O eso intuí yo desde la esquina del patio de butacas.

Duquende vino con otra idea. Las tablas del catalán se intuyen en el repertorio, el planteamiento y el transcurso de su recital. Con Camarón presente en los primeros cantes: taranta un poco ida, el romance del amargo Lorca y alegrías del genio. Algo más que cante, cultura. Intenciones. Su experiencia baña su conocimiento y es inteligente no rematando por alto. Se lucieron por seguiriyas, diálogo entre guitarra y piano con ritmo acelerado; ladeando lo clásico con sabor. Una composición vistosa y bella que no se entrometió en las facultades del cantaor.

Se permitió unos tangos y jaleos extremeños, canasteros, lo que uno sabe. Lo que todos sabemos. Y brilló recordando “Lo bueno y lo malo”, trayendo de vuelta a Ray Heredia dejándonos a todos el paladar con gusto a nostalgia. Y se despidió con la panza llena de gratitud por bulerías, clásico y bohemio.

Duquende supo dar esos destellos que se te clavan, esos sonidos que te retumban durante días; ofreciendo algo más que su cante y su metal… dando un paso más allá del flamenco, dedicando música al vivo y respeto al muerto.

Me reconcilié un poco con este mundo jondo, a veces tedioso, otras veces frágil. Supe desde el primer momento que nunca he dejado de ser flamenca, solamente dejo de mostrarlo porque vivo con un escudo que me cansa, siendo el flamenco el aire de mi libertad, la fuerza para seguir entre los vivos, y los muertos.

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