El día que sin querer fui SARA BARAS

Tras más de un año viviendo con una normalidad trastocada que nos ha privado de tantas circunstancias y situaciones que no imaginábamos, llegó a mi vida el momento de ponerme contra las cuerdas de las emociones.

En la semana de la mujer celebrada en torno al 8 de marzo, el colegio donde mi hermana realiza su labor docente, decidió trabajar a Sara Baras con los niños de tres años. De la bailaora gaditana hicieron varias fichas, con siluetas de flamenca, con su nombre, con su retrato. Mi hermana le ponía en la pantalla algún corte de youtube donde la veían bailar y los ojos de los niños se doblaban de tamaño, las bocas se le abrían. Como estatuas, perplejos observaban los movimientos de la artista. Mi hermana no lo pensó, y tras el consentimiento de la dirección me propuso que fuese a bailarle a los niños en el patio del colegio como colofón a la semana de la mujer y a su protagonista, Sara Baras.

Yo me lo pensé menos, después de más de 10 años sin bailar flamenco para nadie, cómo no iba a colocarme un vestido y unos tacones y que fuese lo que Dios quisiera.

Allí que llegué, vestida de flamenca, con todos los cachivaches puestos, el mantón en la mano, pintada como una puerta, la mascarilla puesta… entré por el acceso directo al patio donde estaban los niños colocados en semicírculo junto a sus maestras y una pequeña tabla en el centro: el escenario. Un cartel en un tablón de corcho anunciaba la actuación flamenca de Rocío Hellín, pero los niños de esa edad no saben leer… me vieron aparecer y gritaron: ¡La Seño Baras ha venido!

Miré a mi hermana y entendí que no iba a ser yo quien le quitara la ilusión a esas criaturas, ni ella tampoco. Así que, callada y con la sonrisa escondida por la mascarilla, hice un par de chapuzas de baile. Por alegrías con mantón y soleá por bulerías. Los niños miraban sin parpadear, observaban de arriba abajo sentados delante de la tabla minúscula donde tenía que zapatear. No hablaron, no se movieron. Personitas con tres años impresionados ante un momento tan mágico para ellos, tan emocionante para mí. No tuve ni un solo segundo de concentración, no podía dejar de ver el asombro de esos críos y sentir su emoción. Los artistas eran ellos, pero ni lo sabían. Seres llenos de inocencia, tan puros, tan de verdad, tan indefensos… con una capacidad de transmisión brutal.

Al terminar todos quería saludar… “¡Hola Sara Baras!”, “Vente a mi casa a comer Seño Baras”, “Como sabías que estábamos aquí”… tenían los rostros llenos de ilusión y felicidad. Me regalaron las tres mejores piedras del patio.  Se iban a la fila y miraban hacia atrás como si no supieran si estaban viviendo o soñando.

Cuando regresé a mi casa y me tiré en el sofá, el dolor de pies y espalda me devoraba… pero tenía el corazón lleno de gratitud. Entendí lo que es ser un Rey Mago en una cabalgata. Comprendí que en estos tiempos tan difíciles, esos niños habían disfrutado de una actividad diferente. Pero que yo, sin duda, era la más niña de todos ellos.

Ojalá alguno de ellos guarde ese instante y un día esa semilla le florezca. Que disfruten del baile, y que el flamenco les regale momentos tan inolvidables y entrañables como esa mañana el patio de su colegio me regaló a mí.

Sigo enamorada de la vida, aunque a veces, duela.

Muchas gracias a todos los que fabricaron esta experiencia tan bonita.

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