No me hizo falta mirarlo de cerca para verlo por dentro, pero me tuve que contemplar en sus ojos para saber que todo lo que había imaginado era real. Tiene la mirada fría y la sangre caliente. Entra a bocajarro y sale de puntillas. Es un niño con voz nasal de hombre, tres lunares en línea recta y una herida de guerra; pero decenas de cicatrices en su interior.
Lleva el escudo que tuvo que forjar en otros tiempos, a simple vista le nace un estado de alerta constante y la aleación de su coraza está forjada de desconfianza, astucia y descaro. Es rápido de mente y noble de corazón. Le asoma el miedo, quizá le atormenta aquel niño que sintió que no le importaba a nadie en sus días junto al mar y por eso no toma tierra con el apego. Conecta con las palabras, gestos y detalles pero le cambia el aire cuando en un momento de debilidad sale de su caparazón. Y vuelve a encerrarse dentro llenando su boca de excusas.
Le gusta establecer límites, cree que controla lo que su corazón siente. Lo cierto es que su corazón no siente porque está apuntalando inseguridades de forma constante. En lo individual exalta la libertad, en lo colectivo colorea lindes. Es lo que tiene creer saberlo todo, pero no haber vivido casi nada.
Su ansia por la libertad es constante, la busca en los rincones como sino la tuviera, aunque él es libre, no se siente así. Quizá no sea libertad lo que busca y sea una liberación lo que anhela. Mientras da con ella, su cuello huele a adrenalina los fines de semana.
Su radiografía está clara. Siempre la tuve trazada en mis adentros, a ratos dejo de hacerme la tonta y se la explico. Tiene instinto y siempre guarda una palabra a mano que quieres escuchar. A veces flipa, parece que he caminado con él en miles de batallas, sin embargo, no he paseado de su mano ni una sola vez. Ni he olido su cuello los fines de semana.
Sin querer, lo vi por dentro mucho más que por fuera. Sentí la esencia que guarda y defiende bajo su atuendo de niño rabioso. No tenemos una conexión eterna, es una chispa que arde en ocasiones y en sus destellos puedo descifrar todo lo que parece invisible a los ojos de los demás.
No, no es un idilio de amor. En mi salvajismo conservo la parte cuerda que no me permite dibujar un horizonte donde alguien ve una frontera. Ni pintar un cielo en un infierno donde conviven miles de demonios. Eso no funciona nunca, es como lanzarte hacia una hostia y esperar que no te dé, te da seguro.
Y no, tampoco es un anhelo. Lo que nunca se ha tenido no se puede añorar. No soy de idealizar historias, la realidad a veces es cruda pero sienta bien en un estomago que no espera respuestas ni busca sentidos. Podría haber secado sus charcos con un soplo, pero sé que en mis charcos, él no hacía pie.
Mi dirección se mantiene intacta, en lo sano más que en lo serio, en permitirme sentir y poder gestionar, en aceptar y valorar… a mí, a los demás. En no callar, en no juzgar. Le hice creer que se marchaba por su propio pie, sin darle ni una pista para que se percatara de que yo, también quise soltarle. Así, con una sonrisa y un deseo de buena suerte, quedándome en mi superficie, la que él conoce.
No es saber dejar ir, también hay que saber que existen latidos que no van a tu compás, vacíos que cualquiera no puede llenar y relojes donde nunca es tu hora.
Esto no ha terminado, nunca comenzó. Es una inspiración que no puedo evitar que me encante, me gusta que alguien me inspire textos así… claros, limpios, valientes.
Hay que tener arte para escribirlo, sabiendo que las medias tintas acaban borrándose y que al final, ganan los que se atreven. Sé reconocerlos porque siempre llevan cicatrices.
Y algo dentro de mí me dijo, no, esta cicatriz, no.

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