Miguel Lavi: los pocos sueños que yo sueño

La primera vez que lo escuché fue hace 10 años y algo se me removió. Era una voz que salía de lo que hay más allá de la garganta, de la mente, del alma, del corazón… era un metal que se forjaba en sus entrañas y salía al exterior huérfano, esperando que alguien acogiera ese eco rabioso y lo abrigara. Era el romance de Bernardo el Carpio y yo recordaba lo rancio en la voz de Agujetas, ahora era otro aire jerezano el que renovaba su sonido: Miguel Lavi.

«Cuatrocientos sois los míos, los que coméis de mi pan,
nunca fuisteis repartidos, ahora os repartirán:
en el Carpio quedan ciento para el castillo guardar:
los ciento por los caminos, que a nadie dejéis pasar;
doscientos iréis conmigo para con el rey yo hablar.»

A partir de ahí, decidí que Miguel me acompañara en el sendero flamenco.

Encontrar algo resultaba difícil, es un cantaor bastante resbaladizo que no se hace notar, pero podía saber de él siguiendo la carrera de Miguel Poveda o Fuensanta «La Moneta» en la que él estaba agazapado entre las enormes sombras que estos artistas proyectaban. Aunque para mí él era la luz del opaco telón de fondo.

Mi debilidad por él se conoció cuando pasó por el Festival de Jerez en el año 2012, con un recital de corte clásico que todos recordarán en el Palacio de Villavicencio con el toque de Manuel Parrilla, estandarte del soniquete jerezano. Fue el año en el que comencé a colaborar en medios de comunicación flamencos y que nunca me llevaron coincidir con él. Las cosas, del flamenco.

Cuando le conocí en persona, Octubre de 2015, yo ya había memorizado su particular pelea por soleá por bulerías, sus tientos melosos y arrastraos, su dominio en las bulería, su desgarro por seguiriyas, el fuelle en la malagueña del Mellizo o su visceralidad en todo su cante, su sudor, su boca abierta con su cabeza hacia arriba con los ojos cerrados, su mirada pendiente del baile, su forma de pensar mirando como sus manos hacían compás, su boca torcida, su respiración disimulada, su quejío estremecedor… puedo seguir, pero habrá quien piense que exagero.

El momento que siempre anhelé había llegado; cuando me acerqué a saludarlo, él ya sabía quien era yo. Le habían hablado de mí en otros lugares, en peñas y rincones flamencos… y ahí estaba, lo poquita cosa que es, con una rosa oscura para mí que acepté con el rostro iluminado y la sonrisa constante. Cercano, generoso y humilde. Fabricó para mí una noche única.

flamencolica-miguel-lavi-jerez

Todo cambió en aquel estreno de «De Alfa a Omega» de Cynthia Cano, un capítulo se cerró y algo nuevo comenzó; desde ese momento su cante me cura, su presencia me alivia. No es el mejor cantaor, ni el más completo, quizá no sea un ejemplo de nada, pero a mí me transmite mucho más allá de la búsqueda del cantaor perfecto. Es una figura imprescindible y habita en mis preferencias en un lugar distinto fuera de los números, de lo comercial, de lo que se espera y se exige en el cante flamenco. Además, en la discreción con la que cubre su vida, asoma su lucha por conservar lo racial, lo ancestral y lo sagrado del cante.

Renegué de incluir esta reflexión en mi libro y ahora vengo aquí con mi particular ofrenda, unas palabras sencillas, como es él. Sinceras, como es él. Unas palabras que simbolizan mi admiración y mi afición, para expresar sin timidez que Miguel es un cantaor especial y lo siento mío porque parió dentro de mí una sensación única que solo siento cuando lo escucho cerca.

Aconsejo escuchar a Miguel Lavi en vivo y en distancia íntima si es posible, porque su transmisión se queda a medio camino sin una imagen. Creo que su transmisión en el cante va unida a su expresión, conducida por su gesto y asociada a su saber estar. Pero ahí está «Viejos Retales» (Universal, 2018) por si la mala suerte si ceba como a mí me pasó durante cinco años.

Ahora, en este mes raro, quería yo venir a este altar flamenco y escribirle lo que siempre borré en las reseñas, lo que cambié por silencio, lo que miré para otro lado. Y aquí estoy con el corazón desnudo y unas ganas terribles de que su cante me salve.

En estos momentos de desvalía y desaliento, me adueño de una letra para despedirme… yo me mantengo con las pocas cosas que yo tengo, con los pocos sueños que yo sueño, con las pocas que me ha dado el flamenco; recuerdos valiosos, experiencias inolvidables y el secreto del cante de Miguel Lavi.

Podría escribirlo más bonito, más profesional, más medido, más exacto, pero solo encontré estas palabras…

Hasta la próxima, Viejo.

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