Siempre escribo y nombro a mi padre cuando hablo de flamenco como mi fuente y lo culpo de mi afición. Pero nada hubiera sido igual, quizá ni hubiese llegado a ser, sin la figura vital de mi madre. Nunca he escrito sobre ella porque no me considero capaz de expresar lo que significa para mi entorno ni para mí misma. Formó junto a mi padre un equipo perfecto de armonía y equilibrio. Es complicado describirla, la verdad. Mi madre vino al mundo con un defecto de nacimiento que la ha marcado siempre porque se ha sentido acomplejada y desplazada desde todas las direcciones en las que te puedes sentir rechazada. Esta circunstancia, marca todo su bagaje en la vida y le hizo desarrollar una fortaleza sobrenatural. En mi educación como hija, mi madre nunca me ha frenado a la hora de realizar ningún tipo de viaje, actividad o aventura. Siempre me ha animado con cariño, ha respetado mis decisiones y me ha cuidado en el camino. Esa ha sido su manera de cambiar lo que ella sufrió, brindándome la libertad para desarrollarme como persona, porque siempre cree en mí. No importa que no le pregunte su opinión, ella la da. Cuando sabe que su opinión me incomoda, me la repite una y otra vez. Me hace fuerte, de manera constante.
Lleva casi cincuenta años al lado de mi padre, por lo que, no es experta en flamenco, pero ha escuchado y visto más flamenco que muchos de los que fardan en las barras de los bares. Sabe lo que es bueno, lo que vale y lo que no. Domina los palos y por supuesto conoce a muchos artistas. Sin embargo, llegar hasta eso le costó un puñado de disgustos, ya que se enamoró de una persona que no pertenecía a su misma clase social. Pero a mi madre nadie la frena y consiguió mantener una relación imposible con mi padre hasta que se casaron y formaron su propia familia. Todo esto me vuelve a repercutir, porque ella nunca ha juzgado a nadie por su clase o situación social ni me ha inculcado ninguna premisa ni prejuicio porque el amor no entiende de eso; solo se preocupa de que sea feliz, para ella eso es todo. Verme sana y feliz le basta.
Mi madre ha tenido modelos nefastos de personas y también ejemplos a seguir, quizá a veces no ha sabido a que agarrarse, pero siempre ha visto claro a lo que no acercarse. A mí me parece más importante saber lo que no quieres, que saber lo que quieres. Esto me lo ha enseñado ella. Yo hubiese sido incapaz de aguantar su vida, de vivir sola entre semana con cuatro criaturas, de trabajar cuando lo hemos necesitado, de organizar una casa para tanta gente, con edades dispares y miles de necesidades diferentes. Impensable. Pero ella supo lo que no quería y buscó su destino en base a su intuición y su impulso; se dejó llevar y creo que ha sido una mujer que después de todo se ha sentido plena, completa y bendecida.
Recuerdo su mirada de admiración desde que era pequeña y bailaba, es la misma que le pone a mi padre cuando lo escucha, aún la tiene. Cuando le doy alguna noticia sobre ir a un recital o viajar a algún sitio se emociona, empieza a hacer preguntas y me mira llena de alegría. Le imprimo todo lo que escribo y ella lo lee, a veces llora mientras me devuelve los folios. Ni aun siendo ya una persona adulta como me considero ella se aparta de mis metas, mis experiencias, mis opiniones. Me deja volar, pero le gusta divisar mi ruta, siempre ahí, implacable y firme. Generosa y sencilla.
Ha logrado conseguir muchos de sus sueños y no quiere que me yo me quede a medias de ninguno. Con trabajo, sacrifico y esfuerzo todo llega. Qué le voy a contar yo a mi madre que ella no sepa o no haya vivido.
No suelo decirle mamá, yo la llamo por su nombre, Juana. La Juana. Es un mecanismo defensa que mi mente ha desarrollado desde que salí de mi casa; decirle mamá desde el otro lado del teléfono me encoge la garganta. Me da un sentimiento horrible y creo que voy a llorar en cualquier momento. Así que, es la Juana.
Quería darle las gracias por traerme a la vida, por criarme, por inculcarme unos valores y facilitarme una educación. Pero nada es suficiente, creo que con una madre siempre se está en deuda, una vida me parece poco tiempo para agradecerle tanto. Es uno de los pesos con los que tenemos que cargar los hijos, no estar nunca a la altura de la persona que más nos quiere del mundo. La suerte que tengo y lo que la adoro no entra en ningún texto, pero al menos, puedo escribir eso que tantas veces escuchamos y que de verdad siento: ¡Viva la madre que me parió!
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