Mi paciencia se ha agotado aunque haya aguantado meses eternos contando hasta diez. Creo que ya puedo escribir algunos detalles, estoy deseando compartir el sueño flamencólico que me propuse cuando comenzó el año. La tristeza me consumía, la rabia me alimentaba y me sentía inútil. A esto se le suma la rutina flamenca, el leer, el escribir, el presenciar… más para lo ajeno que para mí; sin ningún beneficio intangible. Era todo oscuridad. Estaba vacía. Quizá vaciada. Le di muchas vueltas a la cabeza en silencio, busqué una meta que pudiera conseguir con esfuerzo, que me motivara a mirar con una sonrisa al mundo. Era difícil, pero no ha resultado imposible.
Valoré todas las posibilidades, anoté las ideas sobre mi búsqueda, pasaba horas muertas dando estructura a mi futuro proyecto. Al final lo dije en voz alta: voy a escribir un libro. Y quiero que sea un libro de aficionada, de pasión, de testimonio, de experiencia y de opinión. Sin pretensiones, sin aspiraciones. Con intención. Pretendo llegar a personas como yo, a los que formamos la gran minoría, a los locos, a los maniáticos, a los enfermos del flamenco. A los que buscamos el detalle, la respiración, el pellizco, la ojana, la esencia por cada rincón. A los míos, a mi gente. A los que me conocen o quieran conocerme.
El formato papel que siempre he deseado, aunque mis palabras se vuelvan perennes, caducadas, inmóviles, imborrables. El papel era importante, es más real que lo digital. Menos efímero, más presencial. Justo a lo que aspiraba. Tener una excusa para acercarme a la afición flamenca sin pantallas. Conocer a aficionados, saber su historia, sonreír a la vida.
Me rebusqué por dentro para sacar recursos y modelar el borrador. Ordené puntos, escribí, reescribí, cambié, eliminé y corregí. Prevaleció lo que consideré vital para entender el concepto de Flamencólica… una batería de relatos cortos, veintitantos, en cien páginas. Con un vocabulario fácil y común, porque no quiero enseñar ni demostrar nada; quiero que quien lo lea se centre en sentir. Que entiendan que mi afición me viene de herencia, que Farruquito fue quien me dio el empujón para escribir en prensa o que a Paco de Lucía le bastaron cinco palabras para hundirme. No me quedo ahí. Me preocupa la situación del flamenco en la actualidad, las luchas internas, los tipos de aficionados que trato, los clichés con los que nos idealizan o la empinada verea que los jóvenes valores recorren. Mi casa flamenca, La Unión; mi casa de adopción, Mairena del Alcor. Mucho más, que de momento prefiero no descubrir.
Pero mis palabras comienzan en la página diecisiete, antes, me permito el mayor lujo: un prólogo. Necesitaba que alguien a quien admiro le diera la bienvenida al lector, que representara a la otra punta del sur. Que conociera el arte de la escritura, del flamenco, de la vida. Que entienda el sentir. Que supiera de mí. Javier Osuna ha logrado que me emocione cada vez que leo su preámbulo. Colmado de recursos, rebosante de intención. Me transmite cariño y me da seguridad, era lo que quería percibir. Quería que este giro arrancara a compás, y qué mejor que un gaditano para esto.
Y en la portada, el surrealismo. Susana Patricia ha sabido representar en una fotografía todo lo que soy: la realidad de lo fundamental. Lo que no escondo, sin complejos. Mi naturaleza, mi origen, mi estrella, mi flamenco. Como la fotografía que ilustra este texto, sentada sobre la maleta de mi abuelo paterno, que viajó al frente de Teruel o a Chauen. Nadie mejor que Susana Patricia podía hacer este trabajo, nos hemos alimentado la una de la otra siempre, ella conoce lo que no se ve y con su cámara logra traspasar la barrera de la imagen simple y necia. Es una artista que sabe construir el mundo de Flamencólica con un disparo.
Con estas premisas llega la auto-publicación de Flamencólica, que ahora mismo está en Ediciones Ende lista para viajar a la fábrica de papel. Dentro de unas semanas, cien ejemplares llegarán a casa y me haré la siguiente pregunta: ¿Qué hago ahora con esto? Pues no lo sé. He empleado muchísimo tiempo para que sea una obra que transmita pasión, he invertido dinero que no tengo para que sea asequible y no les suponga mucho esfuerzo comprarme. Yo no sé vender, ni sé mendigar, ni me gusta negociar y odio el regateo. Entraré en pánico y me prestarán aliento para dar salida a esta pasión de papel.
Estoy feliz, nerviosa, ilusionada. Estoy muchas cosas que no sé escribir pero quería compartir. Está siendo un parto curioso, fácil, porque tengo la suerte de contar con personas que son de mi gusto, como dicen. Voy a vivirlo del único modo que sé, con intensidad y con valentía.
Espero que me acompañen, una vez más.