Murcia, septiembre de 2017
Querida Guiomar,
Ahora mismo eres chiquitita, no me conoces y la vida te parece un lugar agradable; puede que no cambie nada, excepto lo de chiquitita.
Poco a poco crecerás y sabrás valorar a tu madre. Yo no soy madre, pero soy hija, y te puedo decir que el amor de una madre no es comparable con nada de este mundo. Llegará un momento en el que tú serás quien la proteja y quien se preocupe por ella. Sinceramente, llamar “madre” a tu madre se me hace extraño, pero es tu madre. Y mi amiga.
Quiero escribirte y describirte a la madre que tú no conoces, porque no estabas, o sí estabas; según se mire. Te cuento:
A tu madre la conocí en la T4 del aeropuerto de Barajas junto a tu padre, que vino a despedirla para irnos una semana a Fez -Marruecos- y cubrir el Festival de Músicas Sacras del Mundo que programó a Paco de Lucía. Yo con mi libreta, ella con su cámara. Bueno, su cámara, su trípode, sus baterías, sus tarjetas, sus cables y yo que sé cuántas cosas llevaba. Sus bártulos.
Pasamos unos días inolvidables en aquel lugar descubriendo una cultura distinta. Ella ni miente ni te compromete; por lo que mi estancia compartida con ella fue de lo más libre y divertida.
Tu madre es práctica, inteligente, sencilla, honesta, avispada… te podría decir tantas cosas… Con su cámara te habla de lo que no tiene traducción en ningún idioma. Capta la sensibilidad, el gesto, la intención; ese segundo que a veces te hace darle la vuelta a todo.
Le apasiona el flamenco, creo que es porque es un arte que se vive con intensidad. Donde todo tiene un valor, una verdad, un sentido. Lo entiende y empatiza con él. A veces, demasiado. Su implicación, su profesionalidad, su búsqueda… tu madre tiene millones de detalles para captarle con una cámara.
Después de Marruecos nos encontramos en la Plaza de Toros de Las Ventas, esta vez, Miguel Poveda celebraba sus 20 años en la música con un concierto multitudinario.
A los tres años de eso la animé a que se viniera a La Unión, al Festival del Cante de las Minas; quería enseñarle mi tierra flamenca, mi gente, mi ambiente. No necesité más que unos comentarios por redes sociales y apareció un viernes por la tarde, asada de calor, otra vez con todo su arsenal de audiovisuales para congelar esos días.
Son reencuentros que se graban a fuego. Charlas de proyectos, de formas de ver el mundo, de maneras de gestionar la vida, de personas, de momentos; sobre todo, de las cosas que nos parecían importantes. Hablamos de todo y disfrutamos mil.
Exploró cada rincón minero, cada paisaje, cada rutina. La degradación. El contraste. Y luego, el flamenco… el pellizco, el temple, la serenidad, la rabia, la fuerza, el carácter. Quería encerrar aquellos días dentro de su cámara como fuera. Lo consiguió.
Cuando pasó más de un mes de ese reencuentro, recibí un mensaje de tu madre donde me decía que estaba embarazada, desde antes de llegar a La Unión. Así que, mi niña Guiomar, estuviste con nosotras sin percatarnos de nada.
Creciste en su vientre mientras ella se adentraba en una mina o escalaba la sierra. Mientras Farruquito bailaba por seguiriyas a tres metros de ti y Rancapino Chico mecía los tangos. Tu primera nana fue la del Caballo Grande en el metal de Pedro “El Granaíno”. Privilegios del destino, pequeña.
Esta es la otra parte que no conocías de tu madre, la de vivir cada momento, la de sentirse agradecida por respirar y la de sonreír dichosa por amar su trabajo.
Nunca te dirá que lo pasó mal al traerte al mundo, a mí tampoco me lo ha explicado, pero lo sé. La conozco, aunque he vivido y convivido muy poco con ella para lo que significa una vida entera; pero esa parte donde ella ha sufrido la va a omitir de esta bonita historia. Por dos razones, la primera por no estropearla y la segunda porque no te sientas responsable de ello. Las personas cuando se convierten en madres sufren por todo y la tuya no va a ser menos, pero si algún día te cuenta esa parte, piensa que todo dolor se le aliviaba al mirarte. Al contrario de ser la culpable, Guiomar, tu has sido la mejor medicina que ha podido tener.
Cuando leas esto todo será pasado, muy pasado, quizá nos falle hasta la memoria o quizá nunca lo leas; solo quería escribirte para que conozcas tu historia desde otro prisma.
Te espigaste desde una tierra cantaora y minera, hecha de negrura y sufrimiento. Escalaste los cerros y bajaste a las entrañas de la tierra. Escuchaste el mar de Portmán, sentiste mis carcajadas. Estabas ahí, llena de vida y rebosante de amor.
Tu historia es demasiado bonita para guardármela en un cajón, entiéndelo, sentí la noticia de que ibas a llegar con ilusión; porque estuvimos juntas sin saberlo. Esta primavera abriste los ojos en nuestro mundo, eres una zanahoria gigante de hermosa mirada azulada.
Celia te criará en la libertad y la disciplina. Así es ella, mente abierta y principios rectos. Libre para crear, firme para procesar. Tiene ideas brillantes y desarrollos lentos. No te pierdas ni un concepto suyo, tiene un don para percibir las cosas y una inteligencia emocional inmensa. Espero que heredes de ella la constancia, el encarar las dificultades, intentarlo una y otra vez buscando la utópica perfección, sin descanso; gastando valentía ante las adversidades. Disfruta de tu suerte, la de germinar en un lugar sureño y crecer junto a una familia cubierta de arte.
Algún día podré besarte y cerrar el círculo. Mientras, no te olvides de ser feliz.
Este es el vídeo que sentiste pero no viste, nuestro primer periplo juntas. Disfrútalo.
Ole. Un ole profundo y sentido, tan profundo como la mina, tan sentido como un quejío, tan audaz como tu mirada limpia, clara y directa, tan tierno como tus palabras, tan alto como tu espiritu puro y volador, tan generoso como tu amistad, que a lo lejos atesoro como un regalo de la vida… un regalo como el que acabas de hacernos.
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